Mientras los bogotanos intentaban digerir esa realidad, el silencio desconcertaba a algunos de los residentes más insensibles al ruido. El vacío extraño era una sugerencia de que algo siniestro venía en camino.
"Da nervios", admitió Juan León, de 50 años, quien trabaja en una gasolinera y estaba de guardia en el turno nocturno. León pasa las noches solo, con temor a sufrir un atraco. Otras personas encontraron consuelo en la quietud, era una calma bienvenida antes del ataque inminente.
Dijo que extendería la cuarentena a toda la nación, al menos hasta mediados de abril.
Duque instó al pueblo a lavarse las manos "constantemente" y, por ahora, llamó a dejar de abrazar a los abuelos.
"Estas pandemias", dijo, "suelen tener crecimientos exponenciales".
Después, cerca del anochecer, una tos perruna irrumpió en un parque vacío.
¡Aj! ¡Aj! ¡Aj! ¡Achúúú!
"Estoy bien, gracias", dijo el autor de la tos, un artesano de 60 años de nombre Julio César que suele vender figurillas de jabón en la acera. "Hace días estoy en la calle", vociferó desde el otro lado de la vereda, "porque no tengo plata y porque la gente no sale a comprar".
Tosió.
"Pero estoy bien", dijo y tosió de nuevo. "Voy a estar bien".
Había sido que el silencio de la ciudad era un fenómeno frágil.
Al día siguiente, hubo una gran confusión sobre si la cuarentena de toda la ciudad seguía en vigor y cuándo iba a empezar exactamente la cuarentena a nivel nacional.
Bogotá comenzó a retumbar de nuevo.
Se hicieron largas filas afuera de los supermercados y los bancos, y algunas personas se apiñaron en los autobuses para poder llegar al trabajo.
Y en el centro de la ciudad, en la plaza de Bolívar, hogar del enorme y majestuoso edificio del congreso, se creó una multitud. Amontonados, algunos con mascarillas, expresaron sus temores sobre lo que iba a pasar en los próximos días y exigieron ayuda.
"¡Tenemos hambre!", gritaban. "